viernes, 10 de agosto de 2007

Tal día como hoy...

Hay veces en nuestra vida en las que creemos tenerlo todo bajo control. En esos días te sientes orgullosa de ti misma y segura de ir pisando fuerte por la vida en la dirección correcta. Claro está, que ese estado nos lo produce el hecho de pasar intermitentemente por situaciones en las que tenemos la sensación de haber perdido las riendas de nuestra vida. Y es que, en los contrastes, se halla el equilibrio que te permite apreciar la felicidad cuando llega.

Pues bien, hoy es uno de esos días en los que mando a freír espárragos la retórica demagógica y la intermitencia que equilibra mi concepto de valorar mi "yo" feliz.

Oficialmente, desde las 10 de la mañana de tal día como hoy, soy un año más vieja, es decir, es mi cumpleaños. Lo que tendría que ser un motivo de alegría, despinta mi juventud al tener que pasarlo en un hospital acompañando a una de las personas que más quiero en esta vida, mi abuelo. Y no es que me moleste estar allí en un día tan señalado, sino la mosca que anda tras mi oreja silbándome que puede que sea el último que celebremos juntos.

No dejo de plantearme la fugacidad de la vida y lo tremendamente fácil que resulta para el ser humano dejar para mañana los pequeños y grandes sueños que consiguen que cada día tenga sentido. Nuestra memoria selectiva actúa sin pedir permiso, y de forma premeditada nos convierte en seres hábilmente ciegos para permitirnos sobrellevar el día a día sin la presión de este pequeño detalle.

La cosa, es que cuando vuelvo en sí, ya es demasiado tarde. Me invade la necesidad de sentir que estoy aprovechando realmente mi vida y que no estoy dejando pasar los días en vano. Entonces me ahogo en mi propia existencia.

¿Debería de ser menos responsable y cometer las locuras que a veces se me pasan por la cabeza?

Lo ideal sería decir que liarte la manta a la cabeza es la mejor opción porque sólo se vive una vez, pero ¿y si sale mal? ¡No quiero utilizar mi vida como moneda de cambio a locuras pasajeras!

Y así transcurre mi día, hasta que me canso y decido no agobiarme y dejar que las cosas vayan surgiendo. Lo que tenga que venir vendrá, pienso. Entonces miro unos enormes ojos azules que descansan en aquel cuerpo acusado de derribo en la 819. Sonrío y pienso que quizás, lo que hace que esta vida sea plena no sea el hecho de vivir aprovechando cada segundo al máximo, sino que en los momentos realmente importantes de tu vida puedas contar con gente que te quiere. Porque de nada sirve una vida llena de emoción y aventura si estamos solos. Tener una mano que acaricie la tuya cuando llegue tu momento de partir y poder decir por última vez, te quiero.


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